A principios de la década de 1970, las teorías más audaces acerca de la presencia de vida tal cual la conocemos en la Tierra y en el universo, influidas por una teoría filosófica no geocéntrica, proponían el siguiente razonamiento: dado que la vida es función de la presencia de agua en estado líquido y de la temperatura superficial del planeta, su desarrollo sólo es factible en planetas que mantengan una distancia a la estrella del sistema planetario similar a la que media entre la Tierra y el Sol.
De esta manera, un razonamiento asociado con esa probabilidad sugería que la vida en el universo debía ser un elemento común. Veinte años después, a principios de la década de 1990, surgieron nuevas teorías que propusieron que la vida en la Tierra depende de una serie de factores más complejos que los pensados previamente. Esos factores parecerían ser exclusivos de la Tierra y se relacionan parcialmente con su particular dinámica interna, al menos respecto de los otros planetas del Sistema Solar.
De esta manera, un razonamiento asociado con esa probabilidad sugería que la vida en el universo debía ser un elemento común. Veinte años después, a principios de la década de 1990, surgieron nuevas teorías que propusieron que la vida en la Tierra depende de una serie de factores más complejos que los pensados previamente. Esos factores parecerían ser exclusivos de la Tierra y se relacionan parcialmente con su particular dinámica interna, al menos respecto de los otros planetas del Sistema Solar.
La Tierra, entonces, parece ser progresivamente menos común a medida que se la conoce con más profundidad. No es casualidad que la teoría de la tectónica de placas, un verdadero cambio de paradigma en las ciencias de la Tierra, tenga poco más de treinta años de vida.
Esta teoría propone que una serie de placas sólidas que cubren la Tierra poseen movimiento independiente unas de otras. De esta manera, se ha reformulado el conocimiento de la Tierra como entidad dinámica y se ha relacionado toda una serie de elementos y procesos que previamente eran estudiados por separado, en particular el ciclo del dióxido de carbono y su relación con la erosión de las montañas y el hundimiento del fondo oceánico bajo las masas continentales (subducción), vital para el mantenimiento de una temperatura que posibilita la vida en el planeta. Con el surgimiento y consolidación de la teoría de la tectónica de placas, la Tierra resulta mucho más particular, por lo que la presencia de vida compleja en ella parece ser, paradójicamente, casi una rareza en el universo.
Esta teoría propone que una serie de placas sólidas que cubren la Tierra poseen movimiento independiente unas de otras. De esta manera, se ha reformulado el conocimiento de la Tierra como entidad dinámica y se ha relacionado toda una serie de elementos y procesos que previamente eran estudiados por separado, en particular el ciclo del dióxido de carbono y su relación con la erosión de las montañas y el hundimiento del fondo oceánico bajo las masas continentales (subducción), vital para el mantenimiento de una temperatura que posibilita la vida en el planeta. Con el surgimiento y consolidación de la teoría de la tectónica de placas, la Tierra resulta mucho más particular, por lo que la presencia de vida compleja en ella parece ser, paradójicamente, casi una rareza en el universo.
Autores: Dr. Andrés Folguera (UBA y CONICET), Dra. Marcela Cichowols (UBA y CONICET), Dr. Víctor A. Ramos (UBA y CONICET) y Dra. Beatriz
Aguirre Urreta (UBA y CONICET) | Coordinación Autoral: Dr. Alberto Kornblihtt (UBA y CONICET)
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