sƔbado, 21 de mayo de 2011

LA PRINCESA DE LOS JEQUES

La vida de lord Byron fue tan breve que le impidiĆ³ disfrutar de sus descendientes, pero muy intensa como para que ellos no pudieran sustraerse a las dos marcas de sangre que legĆ³.
Su Ćŗnica nieta mujer, lady Anne Blunt (1837-1917), amĆ³ el riesgo y la imprevisibilidad de los viajes.
Hacia fines de 1878, Damasco es una cruza de lenguas religiosas y razas. Hay que ingeniĆ”rselas para hacerse entender, pero Anne sabe lo que quiere. Frente a un vendedor de camellos que gesticula y pretende impresionar, ella evalĆŗa la anchura del pecho de los animales, la capacidad de resistencia, las piernas ligeras y la grupa redonda. Exige que el hombre monte a cada uno mientras estĆ”n de rodillas, para comprobar si pueden levantarse con ese peso en el lomo.
Anne, con provisiones y vestuario, se reserva tambiĆ©n consultar brĆŗjulas y barĆ³metros para llevar un diario meticuloso de la expediciĆ³n que estĆ”n por emprender junto a su marido y servidores.
Anne Blunt
Los esperan  mĆ”s de mil millas hacia el sur, hasta llegar al Nedjed, la enorme meseta central de Arabia, encerrada entre desiertos y vertebrada por una intimidante cadena montaƱosa.
Poco saben sobre la regiĆ³n, y ademĆ”s los Blunt prefieren no preguntar demasiado, con tal que no se descubran sus propĆ³sitos. Tampoco saben demasiado quienes los acompaƱan, para evitar que se atemoricen y desistan.
Es que Nedjed es una zona casi privilegiada de Arabia, la mĆ”s salubre y hĆŗmeda, pero para acceder a ella, los obstĆ”culos y los peligros son cuantiosos. 
Para los Blunt, el objetivo del viaje vale todas las amenazas. En el Nedjed, gobernado por Mohammed Ibn Rashid, un jeque beligerante, se crĆ­an los mejores caballos de toda Arabia. Y la pasiĆ³n que ambos comparten por los pura sangre relativiza cualquier complicaciĆ³n.
El 13 de Diciembre se lanzaron hacia el sur. Pasando unos kilĆ³metros, la ruta se diluye, casi marcando el lĆ­mite entre territorios permitidos y prohibidos.
El viento era violento, desmesurado. Las tormentas de arena se repiten. En una de esas escapadas para hallar rĆ”pidamente un refugio, Anne se tuerce un tobillo. Como puede, trepa al camello. Y sigue la travesĆ­a. TenĆ­an mucha agua, pero pocos alimentos sĆ³lidos, pues confiaban en su habilidad para cazar. Apresaron y se alimentaron de un camello perdido, acabaron con una hiena. En su diario escribiĆ³:"Las langostas se han convertido en algo cotidiano. Como artĆ­culo de cuaresma podrĆ­a ser un plato excelente.Tras haberlas probado de varias formas, llegamos a la conclusiĆ³n de que son mejor hervidas...En cuanto al sabor, es mĆ”s bien vegetal y no difiere demasiado al del trigo verde que se come en Inglaterra".
Pero las viandas no son lo peor del viaje, sino los "ghazu", emboscadas arteras que bandoleros de las tribus nĆ³mades, organizan para arrebatar todo lo que pueden e incluso asesinar a los integrantes de las caravanas.
Muchas fueron las emboscadas y ellos paliaron casi todas sobornando con objetos a sus perseguidores. Del Ćŗltimo los salvĆ³ la punterĆ­a de Anne, que acorralĆ³ a los asaltantes sin herirlos.
Por fin, el 19 de enero, ven  las montaƱas del Nejded. Faltaba poco para conocer esos magnĆ­ficos caballos de Ibn Rashid, quien no reparaba en crĆ­menes o robos.
El jeque los trata con parca cortesĆ­a y elude exhibir sus caballos. Teme que quieran alguno y lo presionen para venderlo. 
Anne intenta seducirlo, elogiado los alazanes Kehilet el Krush, de tres patas blancas, o las yeguas negras y bayas, con la cabeza mƔs esplƩndida que se hayan visto nunca.
Pasan los dĆ­as, y Rashid no muestra otros ejemplares ni acepta el comercio.
Casi sobre la partida, desolada, Anne arriesga una carta final. ĀæSabe tanto realmente sobre caballos el jeque?ĀæCuĆ”les son los rasgos que un ejemplar inobjetable debe reunir?
Rashid titubea, molesto porque es una mujer y extranjera,quien lo interpela. Pero Anne lo corta en seco:"La cabeza debe ser amplia-enumera-y su desarrollo debe estar en las zonas altas del crƔneo. La distancia entre las orejas y los ojos debe ser grande, como de un ojo a otro, aunque no de una oreja a otra. El hueso de los carrillos serƔ grande y delgado; el de la quijada, en relieve. MƔs abajo, la cara se volverƔ estrecha y afilada.
La aleta de la nariz, cuando estĆ” en reposo, debe permanecer al nivel de la cara. Las orejas, sobre todo en las yeguas, deben ser largas, pero finas y cortadas, como las de una gacela".
Cuando terminĆ³ de delinear el resto del cuerpo de un pura sangre, Rashid habĆ­a decidido ya que esos ingleses tenĆ­an el mĆ©rito suficiente como para llevarse algunos de sus potros y criarlos.
Para protegerlos, los sumĆ³ a una caravana de peregrinos que iban a Bagdad, adonde los Blunt arribaron tras 84 dĆ­as de expediciĆ³n, en 1879.
Su comitiva transportaba con orgullo el berak, un cuadro de seda pĆŗrpura con bandas blancas y verdes. El estandarte del jeque Ibn Rashid, que habĆ­a quedado enamorado de aquella joven rubia, seductora, de nombre Anne y apellido Blunt.



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